Aún continuaba en la sala de espera a la que había
accedido por el angosto pasillo de ese hospital de segunda; ella que siempre
perteneció al grupo de los privilegiados que eran atendidos en clínicas
privadas.
Era la
primera vez que pisaba un hospital público, en la sala de espera entre la
confusión y los nervios observaba la maraña de pobres; como ella los veía, que
aguardaban, entre bostezos por las horas de espera y nervios por la
desinformación a la que les eran
sometidos en esa patética sala, a que les nombraran por el desafinado altavoz
para saber algo de sus enfermos familiares.
No
terminaba de creer que se hallara allí, su único pecado era haber subido a ese
taxi, y tras el accidente del que inexplicablemente había salido ilesa no podía
evitar seguir allí, necesitaba saber si el atractivo conductor sobreviviría a
la operación a la que en esos momentos estaba siendo sometido.
Era la
tercera vez en dos semana que coincidía con el mismo taxista, Pedro un
venezolano que llevaba entre diez y ocho meses en Madrid. Desde su primer viaje
no pudo dejar de mirarle a través del espejo retrovisor y asentir con una
sonrisa a todo lo que él la decía. No se explicaba por qué sentía eso, pero su
atracción por él, despertaba en ella sentimientos olvidados desde mucho tiempo
atrás.
Hacía algún
tiempo se sentía sola, desde que hizo
marcharse de su lado a Javier, engreído financiero perteneciente al grupo de
los nuevos ricos, que según ella nunca podría estar a su altura, ni tener su
clase, estaba segura de que nunca podría enamorarse,
Y tuvo que ser ahora
irónicamente rodeada de lumpen, cuando se dio cuenta de lo que sentía por
Pedro, lo consideró un amor en vano, como la mayoría de los que había sentido a
lo largo de su vida; desde el segundo
viaje en su taxi llegó a la conclusión que nunca se permitiría establecer una
relación con alguien como él y lo que es peor nunca se permitiría establecer
ninguna relación con nadie.
Pero en
esos momentos no podía dejar de preocuparse por él, se le hacía un nudo el
pensar que a lo mejor no volvería a ver nunca más su agradable rostro, si no sobrevivía a la
operación.
De repente empezó a ver todo más claro, dejó a un lado sus
perjuicios por primera vez en su vida, inesperadamente se imaginó compartiendo
su vida con ese hombre al que apenas
conocía, y se veía feliz.
Decidió
que cuando pudiera verle le diría todo lo que sentía por él y se dejaría
llevar, estaba contenta como nunca lo había estado, empezó a observar a la
gente que la rodeaba en la sala de espera y misteriosamente comenzó a verles
como sus iguales, no se podía explicar lo que la estaba sucediendo, se encontraba como flotando, estaba enamorada
y todo le daba igual.
De
pronto por el altavoz oyó llamar a los familiares de Pedro Hernández, y se
acercó para explicar que había llegado con él, la hicieron entrar en una
pequeña sala en la que se encontraba el cirujano.
Al ver su cara lo
supo, nunca podría decirle lo que sentía.
Yolanda Martínez Izquierdo