Mostrando entradas con la etiqueta Relato Corto. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Relato Corto. Mostrar todas las entradas

jueves, 7 de noviembre de 2013

Malos tiempos para ser solidarios







            Caminaba deprisa, tenía quince minutos para llegar a Atocha y coger el tren de las siete, y todavía estaba en la calle de león; desde hacía algún tiempo había dejado de utilizar el metro para reducir gastos.

            No podía dejar de pensar en todo lo que tenía que hacer cuando llegara a su casa. El tren tardaría treinta y cinco minutos, y luego que quedarían otros quince hasta su casa.

            El cielo amenazaba tormenta, pensó que no le daría tiempo a recoger la ropa, y tendría que dejar sin poner la siguiente lavadora. Recordó que tenía que llamar al seguro antes del viernes para fraccionar los pagos, siempre le hacia frente con la paga de navidad, pero este año era distinto, también se había quedado sin paga.

            Le cabreaba pensar que no era funcionaria ni tenía sus privilegios pero que por trabajar en el hospital de auxiliar de enfermería se estaba comiendo todos los recortes.  Apenas podía llegar a fin de mes con los novecientos euros que cobraba, todo se le iba entre el alquiler, la letra del coche y comida para malcomer casi medio mes y ahora una paga menos.

            Al llegar a la esquina de Atocha con León vio un hombre sin piernas acompañado de un simpático perrillo y un tarrito para depositar lo que le daban, se le quedó mirando y no pudo evitar dejar escapar una lágrima, pensó con rabia que ella siempre había sido solidaria y que ahora ni siquiera podía permitirse ese lujo, ¡asco de dinero! dijo mientras se daba la vuelta y dejaba los únicos tres euros que llevaba en el bolsillo en el tarrito del indigente.



Yolanda Martínez Izquierdo


jueves, 3 de octubre de 2013

Condenada a la soledad






       Aún continuaba en la sala de espera a la que había accedido por el angosto pasillo de ese hospital de segunda; ella que siempre perteneció al grupo de los privilegiados que eran atendidos en clínicas privadas.

            Era la primera vez que pisaba un hospital  público, en la sala de espera entre la confusión  y los nervios observaba  la maraña de pobres; como ella los veía, que aguardaban, entre bostezos por las horas de espera y nervios por la desinformación a  la que les eran sometidos en esa patética sala, a que les nombraran por el desafinado altavoz para saber algo de sus enfermos familiares.

            No terminaba de creer que se hallara allí, su único pecado era haber subido a ese taxi, y tras el accidente del que inexplicablemente había salido ilesa no podía evitar seguir allí, necesitaba saber si el atractivo conductor sobreviviría a la operación a la que en esos momentos estaba siendo sometido.

            Era la tercera vez en dos semana que coincidía con el mismo taxista, Pedro un venezolano que llevaba entre diez y ocho meses en Madrid. Desde su primer viaje no pudo dejar de mirarle a través del espejo retrovisor y asentir con una sonrisa a todo lo que él la decía. No se explicaba por qué sentía eso, pero su atracción por él, despertaba en ella sentimientos olvidados desde mucho tiempo atrás.
            Hacía algún tiempo se sentía sola,  desde que hizo marcharse de su lado a Javier, engreído financiero perteneciente al grupo de los nuevos ricos, que según ella nunca podría estar a su altura, ni tener su clase, estaba segura de que nunca podría enamorarse, 

        Y tuvo que ser ahora irónicamente rodeada de lumpen, cuando se dio cuenta de lo que sentía por Pedro, lo consideró un amor en vano, como la mayoría de los que había sentido a lo largo de su vida; desde el segundo viaje en su taxi llegó a la conclusión  que nunca se permitiría establecer una relación con alguien como él y lo que es peor nunca se permitiría establecer ninguna relación con nadie.
            Pero en esos momentos no podía dejar de preocuparse por él, se le hacía un nudo el pensar que a lo mejor no volvería a ver nunca más su agradable rostro, si no sobrevivía a la operación.
         De repente empezó a ver todo más claro, dejó a un lado sus perjuicios por primera vez en su vida, inesperadamente se imaginó compartiendo su vida con  ese hombre al que apenas conocía, y se veía feliz.

        Decidió que cuando pudiera verle le diría todo lo que sentía por él y se dejaría llevar, estaba contenta como nunca lo había estado, empezó a observar a la gente que la rodeaba en la sala de espera y misteriosamente comenzó a verles como sus iguales, no se podía explicar lo que la estaba sucediendo,  se encontraba como flotando, estaba enamorada y todo le daba igual.
            De pronto por el altavoz oyó llamar a los familiares de Pedro Hernández, y se acercó para explicar que había llegado con él, la hicieron entrar en una pequeña sala en la que se encontraba el cirujano.

      Al ver su cara lo supo, nunca podría decirle lo que sentía.


              Yolanda Martínez Izquierdo